LA
VISITA AL DOCTOR VON HACKEN
Nunca debió convencerme
Von Bruck para ir al médico. Cuando entré en la consulta me intranquilizaron la
bata blanca del doctor Von Hacken, un
cráneo pisapapeles sobre la mesa, un viejo tintero junto a la salvadera, el armario
de madera de caoba en el que decenas de cajas de colores se amontonaban
desordenadamente, la tela roja que tapizaba las paredes, la auscultación, el
expectante solemne silencio, un difuminado olor a formol y una reproducción de
la “Lección de anatomía” de Rembrandt junto al juramento hipocrático. Todo me
descomponía, jugaba en campo contrario en un escenario desagradable.
Acabaron por derrotarme
las mágicas palabras en labios del hechicero: síndrome, reacción, diagnóstico,
equipo quirúrgico, quirófano, tripanosoma, sífilis. En la partida de ajedrez de
la consulta médica, siempre te derrotan los alfiles de las mágicas palabras y
el tablero escenario.
Von Hacken intentando
tranquilizarme, se dirigió a mí y me preguntó cómo me encontraba y qué sentía.
Comenzó así una extraña
entrevista entre dos inteligencias distintas que hizo imposible la
comunicación:
-
Doctor, estoy a medio camino del
psícope. Ha comenzado la metamorfosis.
-
¿Del psícope?
-
He ido progresivamente mejorando mi
dieta alimenticia, y observo que mi cabeza se hace cada día más voluminosa…
-
¿Más voluminosa la cabeza?
-
Mis piernas han menguado algo y parecen
aproximarse como signo de unión en un solo músculo impulsor. Apenas duermo,
siento una progresiva parálisis que, a veces, me hace caer al suelo.
-
¿Parálisis progresiva?
-
Creo, doctor, que soy el primer hombre
que se está transformando en psícope. He modificado mi sistema de nutrición
hasta reducir al mínimo el aparato digestivo. En poco tiempo, seré el primer
hombre reducido a un cerebro auxiliado por un músculo locomotor.
-
¿Y cómo cree que se desarrollará ese
órgano locomotor?, preguntaba Von Hacken mirando por encima de los redondos
lentes.
-
Será a modo de serpiente puesta en pie.
Toda la cabeza irá dentro de una sobrecabeza protectora. Ya noto en la espalda
un duro caparazón y el nacimiento de una capa quitinosa en el cuello.
-
¿Capa quitinosa en el cuello? Seguía
anotando en un cuaderno negro.
-
Todos deben saber que el hombre es un
embrión de psícope, un ser que dista tanto
del hombre como del hombre mosca.
-
¿Embrión de psícope?
-
El psícope es semejante a un globo de
color, en el que el cerebro es un órgano puro de percepción con un solo sentido
que los resume todos y que participa más de la vista que de los demás.
Von
Hacken, que ni remotamente podía comprender mi tranformación en psícope, después de una hora de espera se
acercó a Von Bruck, le dio un detallado informe y en voz baja le dijo a mi
amigo: Que lo ingresen.
Salí
huyendo después de arrebatarle el informe a Von Bruck. El informe decía:
El
agente causal de la enfermedad de don Ángel Ganivet García es el Treponema
pallidum, que se ha ido incubando en
tres etapas: En la primera, a un mes de la infección, la sífilis primaria se
manifestó con toda seguridad en forma de adenopatía (inflamación de los
ganglios linfáticos), que curaría en dos semanas. La sífilis secundaria debió
aparecer a los dos meses, en forma de pseudogripe, pérdida de peso y
adenopatías. Un exantema cutáneo maculo-paular
tuvo que cubrir su cuerpo durante este tiempo. Tardaría en curar varias
semanas que debió de comunicar a su familia, según deduzco. Esta sífilis
latente y de baja expresividad clínica ha alcanzado ya la sífilis terciaria.
Debió de aparecer diez años después de contraer la enfermedad y ha degenerado
finalmente en neurosífilis, que es la que ha provcado la atrofia muscular y la
evidente demencia.
Después de recorrer la ciudad, solitario entre
tanto abandono, volví a casa.
Tengo
ahora conciencia clara de que todos están contra mí, de que todos siempre
habían estado contra mí: Menéndez Pelayo, Valera, Lázaro Bordón, Enrique Soms,
Antonio Rubio, Julio Apraiz, Juan Gelabert, me perjudicaron en la oposición a
la cátedra de Griego de la Universidad de Granada y favorecieron a Alemany. El cónsul de Amberes, tateso
oficial, quiso responsabilizarme de los
delicados asuntos financieros que el canciller organizó en su provecho.
Mascha
me ignora y Amelia, que manchó mi nombre manteniendo relaciones con Jaime
Bosch, me perjudica. Ahora Von Hacken me condena a muerte y habla en voz baja
con von Bruck de trepanoma pálido.
Nadie
ha entendido que mi metamorfosis es la primera que va a conseguir que una
estudiada alimentación material y espiritual conduce al primer psícope.
Todos
están contra mí y tengo pruebas de que pretenden envenenarme.
Inicié
mi progresivo plan de alimentación espiritual en Amberes. Comencé a evitar la
cerveza, comía pan de centeno, coles, apios, frutas, leche y huevos, evitando
siempre la carne.
Sigo
los consejos de Kucipp, que curan toda enfermedad con el agua. Desde entonces
acostumbro a lavarme con agua fría, aun en invierno, y me visto sin enjuagarme.
En
Brunsparken bebía dos litros de leche, que es muy buena beberla a todo pasto ,
tomaba huevos y café, salchichas, frutas y galletas. Últimamente me alimentaba
de pan, leche, huevos, coles y ensalada, y me iba muy bien.
Estoy
consiguiendo ser el primer psícope gracias a la dieta alimenticia y a cinco
años de pitagórico silencio.
Los
esquemas geométricos de los pitagóricos no eran realmente más que fragmentos de
esqueletos de ideas o sensaciones, que en superior composición marcarán el tipo
futuro de los nuevos seres y señalarán el camino que han de seguir los hombres
para transformarse en tipos más perfectos y variables.
Hay
que espiritualizarse geométricamente, pues el hombre actual carece de
condiciones para la vida espiritual, y lo que hay que hacer con él no es
destruirlo, sino utilizarlo para sacar en el provenir un ser más noble. Por
todo esto yo no soy, sino un anántropo; el anarquismo y todo lo que sea
destruir me parece una estupidez, de aquí que en política, aunque no he sido
político, sea absolutista en mi fuero interno.
La
anantropía, no porque sea concepción de un modesto funcionario, deja de ser una
idea hondamente trascendental y llamada a destruir todas las tendencias
revolucionarias exteriores en que los hombres se entretienen, por no saber
hacer otra cosa.
Hay
una verdadera revolución, la de un hombre solo que obra sobre el espíritu de
otros hombres. Esto se puede conseguir por medio de inventos psicológicos y,
como dije antes, por modificaciones graduales del régimen nutritivo.
Si
yo tuviera empeño, no me costaría mucho demostrar que la mayor parte de las cosas
que comemos son verdaderas porquerías.
Sería
más limpio, más cómodo y más sano, cambiar la actual alimentación por mi genial
invención: el alimento químico. Esta
revolución, que estoy seguro que ha de suceder para bien de la humanidad, ha de
ser obra de los farmacéuticos. Si a un boticario se le ocurriera componer
pastillas concentradas en las que se contuviera la alimentación completa del
hombre, pasaría quizás por inventor extravagante, pero habría cambiado la
condición humana, mejorándola hasta un extremo inconcebible: una pastilla
representaría igual cantidad de sustancia nutritiva que los cuatro o seis
platos que nos sirven en cada comida y no esto sólo, sino que habría pastillas
de diversas clases, según la edad, el temperamento o estado de salud de quien
las consume, de suerte que el alimento, además de nutrir, curaría las
enfermedades o impediría que se presentasen; y, por último, las habría para
distintos paladares, de modo que fuera más fácil y grata la deglución.
El
manántropo, que así se llamaría el nuevo alimento, cambiaría la condición
humana, porque se habría hallado en un producto nacional de valor fijo, y así
como el metro es una medida constante mientras subsista la Tierra como hoy es,
así el manántropo, ‘la unidad de alimentación química’, tendría su fundamento
en nuestra naturaleza y sería la base de todas las relaciones entre los
hombres.
El
Estado podría así sustituir todos los recursos económicos con que hoy se
sostiene por el monopolio de la alimentación; sería propietario de la tierra y
de todas las materias primas nutritivas, que poco valor tendrían, porque
habituados los hombres a la nueva alimentación desdeñarían la antigua y
grosera; del mismo modo que hoy se gastan su dinero en casa del sastre y no
quieren vestirse de pieles, hojas o plumas como los salvajes.
Pero
lo más importante sería que, creado un producto de valor humano, nacería la
moneda humana, ‘la moneda alimenticia’, representada realmente por las
pastillas que el gobierno llegaría a fabricar en sus laboratorios y fiduciariamente
por créditos alimenticios, pagaderos en especie, con los que cubriría todas sus atenciones.
Habríamos,
con ello, resuelto la ‘cuestión social’, de la que tanto se habla y que sin el
medio que yo propongo no tendrá arreglo jamás.
La
sociedad tendría como misión primordial la alimentación de todos los asociados
y se realizaría la verdadera igualdad humana, porque la desigualdad no está en
que unos valgan o posean más que otros,
sino en que unos tengan asegurada una excelente nutrición mientras otros viven
mal comidos y con la zozobra natural de quien no tiene más recursos que los
diarios y puede verse privado de ellos.
En
cuanto todos los hombres tuvieran asegurado el alimento, ¿qué diferencia habría
entre el que sólo gana para vivir y el que acumula riquezas y reúne créditos
alimenticios para muchos años?
El
que acumula créditos alimenticios podría vivir en la ociosidad como recompensa
de trabajos anteriores, sin privar a los otros de los medios indispensables
para la vida.
Todo
aquel que no pudiera vivir de su trabajo libre, de las mil profesiones que hoy
conocemos y de las que aparecieran más adelante, tendría siempre una puerta
abierta: ponerse al servicio del estado y contribuir a la producción de valores
alimenticios, en los que no habría límites, pues cuanto se produjera sería
utilizado por la nación, o por otras naciones que cambiaran por estos productos
los de sus industrias, ni más ni menos como hoy.
Asimismo
el Estado subvendría a la nutrición de
los niños hasta la edad en que el trabajo fuera posible; el crecimiento de la
población sería maravilloso y la situación de la mujer cambiaría radicalmente,
puesto que el vasallaje al hombre, que la tiene sometida, no se basa en la
inferioridad de la mujer, sino en la necesidad en que esta se ve de ligarse
para asegurar la existencia de la prole.
Habríamos
acabado con dos odiosas palabras, tuyo y mío, el día en que todas las cocinas
particulares se fundieran en una cocina universal, que no sería cocina, sino
laboratorio, y no uno solo, sino varios en los diversos centros de producción.
Cuando los gobiernos cuidaran de la alimentación cierta, uniforme y científica
de todos sus gobernados, se evitaría el triste espectáculo de nuestras luchas
por un mísero pedazo de pan. Se habría logrado, al fin, un mundo feliz y toda
la humanidad podría gritar entonces: ¡Viva la anantropía! ¡Viva el anántropo!
¡Viva la moneda alimenticia!
Todos
podríamos dormir con la conciencia tranquila, pues se habría acabado con el
hambre en el mundo, y los hombres
podrían entablar combates más nobles por cosas del espíritu, que por no estar
sujetas a medida, permiten a cada cual subir tan alto como se lo consientan sus
facultades naturales y su aplicación.
Amontono
desordenadamente las revistas y periódicos que me mandan de España: algunos
ejemplares de El Acabose, semanario
de humor negro, un ejemplar de El
Almanaque de las Provincias, revista valenciana regionalista; muchos
números de la revista Blanco y Negro;
el último número de El Diario Ilustrado;
todos los periódicos recibidos desde la redacción de El Defensor de Granada; números sueltos de El Globo, El Liberal, El Imparcial, El Progreso, El Veloz Sport;
un interesantísimo número de Vida Nueva,
en donde en un artículo titulado ‘Aboguemos por la paz’ del 12 de junio de 1898
se critica duramente la guerra del 98; y los números que mi amigo Navarro
Ledesma me envió del semanario Revista
Moderna, centrados casi exclusivamente en la guerra con los Estados Unidos
de América.
Dios
debe manejar así la historia de los hombres. Disponer de todos los datos desde
una situación privilegiada, atisbando el pasado con una mirada de conmiseración,
con una bondadosa sonrisa ante los inmensos errores, y conociendo el futuro,
pues se hizo igualmente pasado. Dios dispone de toda la prensa, hasta incluso
la que ha de escribirse.
La
facilidad de manejar el destino y a todas las criaturas, como en un juego
infantil y revisar la historia del mundo, nuestra propia historia con la seguridad del dueño del hilo ordenador, es
realmente posible. Yo mismo, ahora, situándome en 1895, soy igualmente divino
por tres años.
Los
nombres se mezclan en mi cabeza. Los buques de la Armada española ‘Oquendo’ y ‘Vizcaya’;
José rizal, dirigente del movimiento filipino; Romero robledo, defensor de la
política española del general Weiler en Cuba; el almirante Sampson, comandante
en jefe de la escuadra norteamericana; Silvela Tampa; el comodoro Scheley;
Segismundo Moret; el vapor Montserrat llegando al puerto de Cienfuegos; Jhon T.
Morgan, senador de Alabama, decidido partidario de la intervención en Cuba y
Filipinas; el cónsul en La Habana, míster Lee; Martínez Campos; Eduardo Dolz;
Eliseo Giberga; George Dewey; James D. Cameron; Emilio Aguinaldo, líder de los
filipinos insurrectos; Ramón Blanco, capitán general de la isla de Cuba; el
inoportuno patriotismo de los Jingos…
¡Ah,
los patriotas!
El
patriotismo debería consistir en trabajar calladamente hasta que fuésemos una
nación formal y capaz de imponer respeto a los que hoy por hoy nos paran cuando
quieren con un pedazo de papel. Por desgracia, los españoles tenemos concentrada
la fuerza en la lengua. Siempre me ha dado mala espina la patriotería de
cuartel, pues creo que los verdaderos patriotas se contentan con cumplir
obligaciones y pagar, sobre todo, dejando al gobierno el cuidado de gobernar
bien o mal.
El
cincuenta por ciento de los periodistas que escriben hoy con ánimo belicoso
deberían estar en presidio por lo menos.
Además
de que no estamos preparados para nada y aun estándolo, necesitaríamos un
gobierno más fuerte, apoyado desde fuera para contrarrestar la acción enemiga a la que no se puede, hoy por hoy,
responder. Para lo que se ha de sacar, me parece excesivo el entusiasmo que se
está derrochando.
Sentado
en el suelo ante la amontonada historia, yo era el ser supremo organizador de
los acontecimientos, conductor del fatum, hado yo mismo.